El arte puede ser bello, sonar bien, tener buen color e
incluso producir un efecto, un afecto, un determinado estado de ánimo que puede
ser revelador, liberador y hasta me atrevería a decir que puede provocar un
deseo de revolución, de cambio. Sin embargo eso no implica que no sea
figurativo, narrativo, edípico, mediano. En ese caso el arte se vuelve un
ornamento, un buen atavío con el cual se viste una emoción que no llega al
meollo de las cosas.
Pero hay otro tipo de arte, uno que puede permanecer en las
sombras, en el anonimato, y puede provocar la decadencia, el derrumbe del que
se anima, del que osa pensar por sí mismo, aquel que crea un estilo al margen
de la moda, al margen del espacio y el tiempo del mercado, en un horizonte que
no se confunde con el de un "alma bella" que grita a los cuatro
vientos que el amor es bello al igual que la verdad. Ese arte sabe de amores
pero también de odios, porque ese tipo de artista toma de la gama disponible de
la existencia todo tipo de colores, desde los prístinos hasta los que forman
parte de aquellos matices ocultos al vulgo.
Sin embargo no es un arte elitista, al contrario, se codea
con el pueblo, pero no con ese pueblo humilde que enajena sus posibilidades de
liberación espiritual en favor del buen vivir disponible al siglo, no, este
tipo de manifestación del espíritu humano gusta de la compañía de lo prohibido,
de lo que está condenado al ostracismo por parte de una sociedad demasiado leal
al status quo como para permitir que la escoria de lo inclasificable ose
perturbar esa humildad en ascenso del pueblo digno, humilde, que trabaja por un amo ignoto para llegar
algún día a contemplar la esperanza de, aunque no ocupar su lugar, si poder
acompañarlo en la antesala de sus decisiones.
Benjamín asoció el primer tipo de arte a la posibilidad de su
reproductibilidad técnica (como el caso de las copias serializadas de los
grandes centros comerciales). En el caso del otro tipo de arte, que es el arte
propiamente dicho, no hay una categoría en la cual pueda ser encasillado porque
precisamente si hay algo que caracteriza a este arte es la imposibilidad de
subyugarlo a algún criterio de demarcación. Arte tanto de las profundidades
como de las superficies, a caballo entre el rumor de conventillo y las
catacumbas del underground, profesa un estilo sin tiempo, atemporal, haciendo
visible las fuerzas invisibles de una sociedad desconocida para el espectador
contemporáneo, instalado en la figura del consumidor. Arte llamado de
"culto" por algunos utópicos que intentan definir lo indefinible,
este noble y abnegado ejercicio de creación presenta los rasgos de la manada y
no de la masa, ya que las masas tienden a ubicarse entre los extremos: o esto o
lo otro, oscilando entre un pro y un contra.
Así, este tipo de
empresa no se deja ver fácilmente y exige un esfuerzo más del espectador (arte
de estómagos fuertes), ya que es difícil en esencia porque carece de estímulos
y demanda una recepción activa por parte del espectador. No era más que esa la
intención del teatro Brechtiano: evitar un espectador glotón y bien dispuesto a
deglutir algo bello y llevarlo al límite de su capacidad de comprensión y así
contraponerse a la idea de la comodidad de la butaca, para incorporar un estilo de arte profundo comprometido con la liberación de las
facultades creativas del espectador
rechoncho representado por la figura del hombre de familia.