domingo, 6 de abril de 2014

Arte de manada y arte de masa.


El arte puede ser bello, sonar bien, tener buen color e incluso producir un efecto, un afecto, un determinado estado de ánimo que puede ser revelador, liberador y hasta me atrevería a decir que puede provocar un deseo de revolución, de cambio. Sin embargo eso no implica que no sea figurativo, narrativo, edípico, mediano. En ese caso el arte se vuelve un ornamento, un buen atavío con el cual se viste una emoción que no llega al meollo de las cosas.

Pero hay otro tipo de arte, uno que puede permanecer en las sombras, en el anonimato, y puede provocar la decadencia, el derrumbe del que se anima, del que osa pensar por sí mismo, aquel que crea un estilo al margen de la moda, al margen del espacio y el tiempo del mercado, en un horizonte que no se confunde con el de un "alma bella" que grita a los cuatro vientos que el amor es bello al igual que la verdad. Ese arte sabe de amores pero también de odios, porque ese tipo de artista toma de la gama disponible de la existencia todo tipo de colores, desde los prístinos hasta los que forman parte de aquellos matices ocultos al vulgo.

Sin embargo no es un arte elitista, al contrario, se codea con el pueblo, pero no con ese pueblo humilde que enajena sus posibilidades de liberación espiritual en favor del buen vivir disponible al siglo, no, este tipo de manifestación del espíritu humano gusta de la compañía de lo prohibido, de lo que está condenado al ostracismo por parte de una sociedad demasiado leal al status quo como para permitir que la escoria de lo inclasificable ose perturbar esa humildad en ascenso del pueblo digno, humilde,  que trabaja por un amo ignoto para llegar algún día a contemplar la esperanza de, aunque no ocupar su lugar, si poder acompañarlo en la antesala de sus decisiones.

Benjamín asoció el primer  tipo de arte a la posibilidad de su reproductibilidad técnica (como el caso de las copias serializadas de los grandes centros comerciales). En el caso del otro tipo de arte, que es el arte propiamente dicho, no hay una categoría en la cual pueda ser encasillado porque precisamente si hay algo que caracteriza a este arte es la imposibilidad de subyugarlo a algún criterio de demarcación. Arte tanto de las profundidades como de las superficies, a caballo entre el rumor de conventillo y las catacumbas del underground, profesa un estilo sin tiempo, atemporal, haciendo visible las fuerzas invisibles de una sociedad desconocida para el espectador contemporáneo, instalado en la figura del consumidor. Arte llamado de "culto" por algunos utópicos que intentan definir lo indefinible, este noble y abnegado ejercicio de creación presenta los rasgos de la manada y no de la masa, ya que las masas tienden a ubicarse entre los extremos: o esto o lo otro, oscilando entre un pro y un contra.

 Así, este tipo de empresa no se deja ver fácilmente y exige un esfuerzo más del espectador (arte de estómagos fuertes), ya que es difícil en esencia porque carece de estímulos y demanda una recepción activa por parte del espectador. No era más que esa la intención del teatro Brechtiano: evitar un espectador glotón y bien dispuesto a deglutir algo bello y llevarlo al límite de su capacidad de comprensión y así contraponerse a la idea de la comodidad de la butaca, para incorporar  un estilo de arte profundo  comprometido con la liberación de las facultades creativas del espectador  rechoncho representado por la figura del hombre de familia.

viernes, 4 de abril de 2014

A veinte años (no es nada) de la muerte de...


 Kurt Cobain fue uno de los pocos artistas que supo llevar la profundidad a la superficie. Canciones simples, cantadas no con garganta con arena sino con clavos. Los clavos que los demás no necesitan para hablar, porque hablar es fácil, al igual que opinar. El conocía una “palabra sucia” que supo transformar en bellas melodías. Acordes discordantes, armonías disarmónicas. “Si tu guitarra desafina, desafina con ella” expresó en su Diario. Nirvana fue el claro ejemplo de que la música viene del alma y no de la velocidad de los dedos, demostrando que el virtuosismo no es garantía de arte. Al igual que Nietzsche decía que él iba a decir en un aforismo lo que a otros les llevaba libros enteros, Kurt elevó la simpleza a la altura de lo que guardaba en sus entrañas, desde sus amores a sus odios más profundos. Unas pocas clases de guitarra le alcanzaron para forjar un legado que postula la economía de medios para buscar los mayores efectos, cual la elegancia de una fórmula matemática. ¿ O acaso no podríamos decir que “Smells like teen spirit” es tan profundo, tan bello, tan simple y tan letal como lo es E=mc2 .
Salven los creadores, aquellos que se atreven a decir lo que solo ellos pueden decir, o como diría Proust, “aquellos que crean una lengua extranjera en su propia lengua”.

Kurt Cobain (20/2/1967 - 5/4/1994)